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Román Mestre Gerente del Colegio de Mediadores de Seguros de Barcelona
No es oro todo lo que reluce  

Hace un año me apunté a un curso de Emprendeduría junto con otros 90.000 alumnos. Se anunciaba como la revolución definitiva en el mundo de la formación: online, con acceso libre a todos los contenidos y gratuito. Era una de esos fenómenos que bajo unas siglas atractivas massive opening online courses (MOOC) estaba llamado a liderar una nueva revolución. Por desgracia solo asistí a las dos primeras clases, y al final abandoné el proyecto, igual que otros tantos de esos 90.000. Según las cifras de la Escuela Europea de Dirección de Empresa el abandono en la formación online de másteres y postgrados se sitúa en torno al 35 % y llega hasta el 90 % en los MOOC.   

Se culpabiliza al alumno del alto fracaso de la formación online. Y sin duda, es totalmente cierto en mi caso. Porque en estos cursos la mayor parte de la responsabilidad de la formación recae en el alumno y ante cualquier variación en las agendas diarias el perjudicado es el curso (máxime cuando este es gratuito). La formación online requiere un cambio en la mentalidad del usuario. Exige fidelidad y desterrar del imaginario que estudiar a distancia es más sencillo. 

Una vez superadas las barreras mentales y actitudinales de los alumnos es también necesario que los programas se adapten al nuevo medio. Profesores y tutores deben estar a la altura de las nuevas exigencias tecnológicas para dar respuestas rápidas y de calidad a los alumnos. El alumno requiere un acompañamiento constante ya que aquí reside el éxito de los programas.

Sin embargo el mayor problema de todos es la estructura de los cursos. Sigue prevaleciendo el formato clásico, colgar contenido en una plataforma para que el alumno lo lea desde un ordenador. Desgraciadamente algunas empresas apuestan por este formato simplemente porque es más barato y más cómodo. Y sirve para justificar ante la Administración, sindicatos o quien sea, unas horas de formación de poca aplicación práctica para el alumno.

Por suerte existen excepciones y conozco escuelas de negocios que apuestan por vídeos interactivos, juegos de estrategia, ‘hangouts’, simuladores,… Podemos ir más allá e imaginar propuestas de realidad aumentada. ¿Os imagináis un taller de ventas con un cliente virtual que reacciona según nuestras propuestas? ¿O que vayas recibiendo en tu iPhone información relacionada con un siniestro en tiempo real y tener que reaccionar rápido como en la vida misma?

Yo este curso no lo hubiera abandonado. Por desgracia, la apuesta por programas valientes y de calidad requiere esfuerzo e inversión, creer en la formación como un fin en sí mismo. Pero como ya he comentado para algunos solo es cuestión de dinero.



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