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Ángel Lafuente Zorrilla. Presidente del Instituto de Técnicas Verbales. Profesor asociado de la Universidad de Navarra y de los Ministerios de Defensa, Interior y Sanidad.
“La otra carrera necesaria: Hablar siempre con eficacia y con placer escénico”.

En Roma y en Grecia, sólo quienes dominaban la Oratoria podían representar al pueblo. Hoy en día, encontrar políticos con algún nivel en la materia, supone una rara excepción: Ni siquiera saben dirigirse al público en el Parlamento, sin leer papeles.

Hablar con  eficacia -que eso es comunicar-, se considera una meta inalcanzable, o reservada a unos pocos elegidos. Se dice hasta el hartazgo que “el orador nace, no se hace”, lo que es un dañino error. Grave error. Muy por el contrario, “el orador se hace”, siempre que se siga a maestros que sepan lo que dicen.

Por fin, y ya era hora, se está abriendo paso la idea de que hablar con eficacia resulta fundamental siempre, incluso en la vida privada; pero se convierte en esencial cuando damos el salto al mundo de los negocios

Así por ejemplo, en la mediación de seguros, en la que las conversaciones giran sobre aspectos tan relevantes y trascendentales para los clientes -como la propia vida y todo lo que la rodea, la  salud, la seguridad personal, y la de los bienes y propiedades-, qué duda cabe que el profesional que domina la palabra aventaja a los demás, y genera una imagen que mantiene y acrecienta la cartera de clientes, y que es fuente de riqueza y prosperidad en el ejercicio de la función mediadora.

Adiós al miedo escénico

Llevo más de 53 años difundiendo, entre cientos de miles de profesionales, las sencillas técnicas del dominio de la palabra hablada; técnicas que descubrí, sin mérito alguno, a partir del  dramático terror escénico que sufrí de joven. Por eso, puedo asegurar que la meta no consiste en disimular el “miedo escénico”, sino en lograr el “placer escénico”, que se encuentra alcance de cualquiera .

El miedo escénico revela en quien lo padece una lamentable falta de libertad, y supone un desprecio imperdonable que el emisor se inflige a sí mismo.

Por lo tanto, el objetivo nuclear de la referida formación  supera el mero comunicar, y se dirige a lograr una personalidad imbatible, de la que brota una palabra que entusiasma, convence y vende. En consecuencia, el dominio de la palabra hablada no es un lujo, sino la herramienta imprescindible para el trabajo y para las relaciones. 

En el fondo, no se trata de ‘cómo hablar’, sino de ‘cómo ser y como vivir’; porque hablamos tal y como somos, y porque el hablar es una parte del vivir. De ahí también mi modesto descubrimiento de que el gran taller de la palabra nunca está en el aula, sino en la vida diaria. Este simple hallazgo permite impartir cursos masivos, la coincidencia en ellos de personas de muy diferentes niveles jerárquicos de una misma empresa, la reducción de su duración y  costes al poder prescindir de prácticas individuales.

Las prácticas se realizan día a día, minuto a minuto. El dominio de la palabra no sirve sólo para ‘hablar en público’, sino ‘siempre’; es decir, también en privado, en radio y en televisión; ante cualquier colectivo; en la actividad privada, social y profesional.

El curso incluye las técnicas y el espíritu del diálogo, materia de la que todo el mundo habla sin tener ni remota idea de lo que dice. Y sin dominar el diálogo, se carece de las claves del éxito o del fracaso, total o parcial, de las reuniones de trabajo; también las de gestión comercial propias de los medidores de seguros.

Cabría preguntarse porqué el dominio de la palabra no se integra en la formación, a todos los niveles; y que, cuando se integra, se reduce a los aspectos técnicos, sin entrar en la consolidación de la personalidad. Para el firmante, las razones de este lesivo vacío radican en el temor de todos los poderes al libre pensamiento de los individuos; y a su percepción, más o menos consciente, de que si se consolida la personalidad de los individuos, y se les dota del dominio de la palabra, se van a encontrar con colectivos de hombres y de mujeres que no van a entrar por el pensamiento único, ni por lo políticamente  correcto; y que se van a mover “aunque no salgan en la foto”. Y tal perspectiva hace temblar a quienes detentan el poder. 

Pero el desarrollo de tal idea requeriría otra tribuna.
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